domingo, 15 de marzo de 2020

Sola en la playa tropical

Durante Febrero me pasé unos días en Maceió, una ciudad no tan conocida del norte de Brasil, como parte de unas vacaciones hechas tan a última hora, que terminó siendo una experiencia muy diferente a los viajes que antes había hecho. Nada hacía presagiar que luego el tema de viajar se convertiría en un problema mundial. Pero este post no es sobre la recomendación de un lugar para vacaciones, si no de la experiencia.



Faltando como una semana y media para salir de vacaciones, me avisaron que tendría una semana más, obviamente a esas alturas uno no puede hacer nada de los planes que alguna vez tuvo sin que te salga carísimo. Así que ya teniendo pasaje comprado para irme a regalonear varios días al sur con mi familia, pensé en hacer una locura de última hora: irme a la playa esos días extras.

Pero no era sólo irme a una playa, si no que una lejana, donde no existiera posibilidad de toparme con alguien y simplemente con la idea de ir a echarme y flojear, desconectarme lo más posible y darle un respiro a mi cabeza hiperactiva.

Me fui por una semana a Maceió, quedándome en un hotel que me dejaba a una cuadra de la playa más amada de la ciudad, Pajuçara. Más amada por mí al menos. Tuve la suerte de que me recomendaran a la persona indicada de una agencia de viajes, algo que yo jamás pensé usar porque soy la clase de persona que arma sus viajes a su pinta y sola. Pero con el tiempo en mi contra y recién habiendo empezado a grabar un nuevo proyecto que me tenía con la atención totalmente puesta ahí, necesitaba ayuda. Así fue que se armó.

Nunca había ido a Brasil, lo tenía como algo que quizá algún día haría después de cumplir otros sueñitos que tenían prioridad, pero se me apareció en el camino en ese momento de arrebato.

Fueron días maravillosos, pero no por lo que comúnmente las personas aman de irse a la playa. Creo que nunca había arrancado del Sol con tan poco éxito, y si me ven ahora estoy bastante más bronceada de lo que había estado en los últimos 15 años, lo que me costó harto dolor y posterior cambio de piel, literal.

Pero el estar sola fue mucho más que el problema de que no me echaran protección solar en la espalda, fue estar realmente conmigo porque no me quedaba otra. La única compañía era al final el agua de coco helada y de coco recién cortado o la caipirinha más rica que he probado.

Maceió es una ciudad donde principalmente van brasileños a vacaciones, uno que otro argentino, y te encuentras muy poco del resto del mundo allí. Sí, me encontré con chilenos, porque nunca faltamos, pero era casi nula la gente con la que podía comunicarme por largo rato. No hablo portugués, y el portuñol servía para poder intercambiar la información necesaria para poder ubicarme, comprar y cosas básicas que una necesita saber.

Una semana sin conversar con algún ser humano en profundidad, teniendo tiempo para leer, para pensar en exceso en un montón de temas de mi vida para los que no me doy tiempo, poder plasmar todas esas peladas de cable, repasar algunos materiales que tenía pendiente de mis terapias, y consumir mucho açaí.

Disfrutar de momentos que de no haber ido sola, no habría apreciado tanto. Como hacer snorkel y perseguir peces de colores mientras todo lo que escuchaba era el agua a mi alrededor, y era feliz de no escuchar gente. Poder gritar con todo cuando me subí al disco boat y salía disparada por todos lados. Básicamente vaciar mi cabeza del resto. No me había dado cuenta hasta esa semana cuanto me estresa el ruido de humanidad al que estamos constantemente expuestos. Suena muy antisocial, pero era necesario no escuchar. Además uno cuenta con la hermosa ventaja de no sentir que te llegan todo el día mensajes al teléfono si es que decides viajar sin roaming y sólo ocupas el wifi del hotel al regresar de tus paseos diarios.

Maceió es un punto desde el que puedes ir a un montón de tours a varias otras playas, cada una con su encanto, yo no fui a tantas porque si me llenaba de tours iba a perder la gracia del viaje, que era descansar, pero a los lugares fuera de la ciudad que fui, fueron totalmente acertados. Maragogi con sus piscinas naturales y peces coloridos, y Gunga con sus deportes acuáticos y su doble playa de mar y lago.

Me pude sentar con mi audífonos a escuchar nuevamente una sesión de carta astral que me hice hace un tiempo e ir anotando todo lo que me llamaba la atención y me hacía sentido, sin que nadie necesitara de mí ni presencial ni por teléfono. El sentarse frente al mar y ver el infinito sin nada más que hacer que lidiar con lo que está en la cabeza.


El viaje me dejó muchas lecciones de autoconocimiento, también de re afirmar que definitivamente no soy la clase de persona que puede estar mucho tiempo echada en la playa, que siempre preferiré andar recorriendo y descubriendo rincones nuevos. Pero no por eso no disfruté mirar el Atlántico y remojarme en sus aguas cálidas, tan distintas a nuestro Pacífico congelado y terremotero. Es cierto que a ratos me desesperó la extrema humedad y el sentir que no podía quitarme el calor de encima, pero supongo que lidiar con eso también fue parte de mi desintoxicación mental.

Arriesgarse a lugares nuevos, a experiencias nuevas, ha sido muy renovador y me ha ayudado a conocer partes de mí que no creí tener, y sé que no nos encontramos en un momento muy adecuado para decirles que se vayan a dar la vuelta al mundo, pero sí que de pronto es lo más difícil dar el paso de regalarnos experiencias nuevas, y que una vez estamos ya dentro, es un nuevo mundo fascinante.


¿Qué experiencias les han cambiado la perspectiva de la vida y les han dado una lección sobre sí mismos?

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